miércoles, 13 de julio de 2011

La existencia de la moral cristiana: el planteamiento del problema. Servais Pinckaers, O.P.

La cuestión de la existencia de una moral específicamente cristiana surgió entre los teólogos después del Concilio. Antes que sostener a priori, apoyándose en la Tradición, la superioridad de la moral cristiana, los teólogos se han puesto a compararla con las demás morales y se preguntan lo que tiene de única, lo que no se encuentra en ninguna otra parte. Para precisar más, la causa directa del problema fue el tomar en consideración el fenómeno de la secularización en el mundo moderno y la formación en la Iglesia de una corriente de pensamiento que se podría llamar el cristianismo secular. Nadie ha pretendido negar que el cristianismo contenga una enseñanza moral, sino que se ha preguntado si ésta no coincide, en realidad, con la moral natural, con las prescripciones de la razón que se apoyan en los valores humanos, accesibles en principio a todos los hombres de buena voluntad.


La cuestión adquirió una particular agudeza en la discusión los problemas morales concretos que se plantean a la opinión pública en una sociedad pluralista, en la que los cristianos se esfuerzan por establecer sobre bases renovadas una colaboración positiva con los que no comparten su fe. Ante los difíciles problemas de la contracepción, del aborto, de la eutanasia, de la homosexualidad, de la violencia, etc., que reclaman una legislación aplicable a todos, ¿disponen los cristianos de luces, de normas, de criterios propios que piden tomas de posturas especiales, o deben colocarse más bien en el nivel de los otros hombres y formar sus juicios, también ellos, según criterios únicamente racionales, con la ayuda de la filosofía y de las ciencias humanas? Si esta segunda opinión fuese la buena, ¿no deberíamos llevar las cosas un poco más a fondo y reinterpretar el conjunto de la moral cristiana sobre la base de los valores humanos?

En una reflexión más teórica, otros moralistas, especialmente en los países de lengua alemana, intentaron promover la autonomía de la moral respecto de la Revelación apoyándose en la oposición de origen kantiano entre autonomía y teonomía. ¿Tienen las normas morales su fundamento en el exterior del hombre, concretamente en la voluntad de Dios, lo que convierte a la moral en teónoma, tal y como ocurre en la teología clásica, o por el contrario, lo encuentran en el interior del hombre, en su razón y en su conciencia que dictan el deber, lo que asegura la autonomía de la moral? Tras el Concilio, pareció que había llegado el momento de promover la autonomía de la moral racional en el juicio de los problemas concretos, de liberarla de la tutela teológica y eclesiástica a fin de asegurar una mejor colaboración con las otras ciencias. La reivindicación de una autonomía de este tipo llevó aparejada la crítica de las intervenciones de la jerarquía en las cuestiones morales, incluso cuando se hacían en nombre de la ley natural y de la razón.

Como se ve, la cuestión de la moral cristiana es el centro de un amplio debate, que afecta a la moral en su conjunto, tanto en el plano de los principios como en el plano práctico. Conviene añadir que los moralistas que reducen la moral cristiana a una moral humana y racional no niegan que la Revelación, la fe en Cristo y la caridad puedan aportar una inspiración específica; pero, según ellos, esto no modifica las normas de actuación y, por consiguiente, no interviene directamente en el plano moral.

Los antecedentes de la cuestión

Si es cierto que el cambio de perspectiva llevado a cabo por el Concilio fue el desencadenante de la crisis de la moral cristiana, es necesario, sin embargo, convenir que sus bases habían sido puestas tiempo atrás. Desde finales del siglo XVI, Francisco Suárez (que representa «la parte más grande de los modernos», según Bossuet), enseñaba, apoyándose en un texto de santo Tomás interpretado a su modo, que Cristo, en la nueva Ley, no había añadido ningún precepto natural positivo a la Ley antigua, el Decálogo y la ley natural, y que incluso se podrían reducir a una obligación natural los preceptos relativos a la fe en Cristo, a la Eucaristía, etc.

Entendiéndose la moral, en la época de Suárez, como un conjunto de preceptos obligatorios, se desprende de esta posición que la moral cristiana coincide con la moral natural y no tiene nada de específico. El pensamiento de Suárez viene a parar totalmente en la moral natural en un tratado en el que el pensamiento de santo Tomás se fija, por el contrario, en marcar las diferencias y en precisar la especificidad de la nueva Ley, pero en el nivel de las virtudes y de los actos interiores antes que en el de los preceptos. Suárez logra incluso encontrar un camino para reducir al plano natural el precepto de la confesión de la fe, citado por santo Tomás como especial. La posición de Suárez se vuelve a encontrar en los manuales hasta nuestros días.

Este modo de pensar se acomoda a la corriente humanista que predominó en la moral católica postridentina. Su insistencia en la ley natural tuvo ciertamente la ventaja de manifestar el carácter racional y el alcance universal de la moral católica; pero su desatención de las fuentes y de las bases propiamente cristianas preparó el debate actual, la reducción de la moral cristiana a una moral simplemente racional.

No obstante, existe una diferencia que hace en nuestros días el problema más agudo. Los moralistas clásicos podían admitir mucha diversidad en las opiniones morales, como la muestra la larga disputa del probabilismo; pero aceptaban la existencia de una ley natural como base firme de la moral y respetaban la autoridad decisiva de la Iglesia. La corriente actual va más lejos. En su reivindicación de la autonomía de la moral, se muestra en desacuerdo con la legitimidad de las intervenciones de la Iglesia en el plano de la moral natural. Por otra parte, la razón que esta corriente tiende a utilizar es la de las filosofías modernas y la de las ciencias humanas que, en su mayor parte, desconocen la existencia de una ley natural en el hombre y favorecen el relativismo por el movimiento continuo de ideas y de teorías. Así al abandonar la autoridad eclesial y la ley natural, se corre el riesgo de ver que la incertidumbre y la relatividad conquisten toda la moral desde los casos concretos hasta los principios. Sería entonces bastante vano pedir socorro a inspiración cristiana alguna.

Las fuentes de la moral cristiana, Servais (TH.) Pinckaers, O.P., Ed. Eunsa, pp. 137- 140

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