Aristóteles, en la Política, caracterizaba a los regímenes según la regla del bien común. Los malos gobiernos eran aquellos que se desviaban de esta regla y, entre ellos, se encontraban la democracia y la oligarquía. La primera, porque miraba el interés de los pobres; la segunda, porque lo hacía con el de los ricos. Entre los buenos gobiernos se encontraban la monarquía, la aristocracia y lo que él denominaba como politeia, gobierno que no tenía que ver con la famosa obra de su maestro, Platón.
La lectura de Aristóteles es desveladora en tanto en cuanto se observa el análisis crítico como el Estagirita estudia, no sólo las formas teóricas de gobierno, sino las constituciones concretas de cada una de las ciudades, griegas o no, como podía ser Cartago.
Hoy estos temas, al menos en España, son implanteables, a no ser que uno tenga ganas de que le contesten con un estufido. La democracia no se puede discutir. No se sabe el porqué, pero la democracia liberal se ha convertido en un hecho incuestionable. Sólo en ámbitos académicos muy concretos se tratan estas cuestiones.
Queramos o no, la democracia liberal no sólo ha fagocitado el concepto de democracia, por llamarlo de alguna manera, clásico, sino que además, se ha impuesto con tal fuerza que ha terminado por agotar el concepto. Sin embargo hay problemas que no se deben orillar.
El sistema democrático liberal tiene como mecanismo de funcionamiento la elección de los gobernantes por parte del pueblo. La primera cuestión que se nos viene a la cabeza es saber si realmente estamos escogiendo a los mejores. Porque, queramos o no, el sistema de gobierno está relacionado con el sistema económico. El modelo económico que se nos impone dificulta que una persona esté atenta a las cuestiones fundamentales de su país, siempre y cuando quiera hacerlo, lo que abre el problema de la participación.
En la Grecia clásica esto era posible porque eran sociedades esclavistas, pequeño detalle que los defensores a ultranza de la democracia suelen pasar por alto. Pero, ¿procede genéticamente la democracia liberal de la griega? Realmente, su origen es posterior, en el período inmediatamente posterior a la Revolución Francesa, su padre fue Benjamin Constant.
Para este filósofo de origen suizo, la libertad política estaba sometida a la individual. Llegará a decir que «La independencia individual es la primera necesidad de los modernos, por lo tanto no hay que exigir nunca su sacrificio para establecer la libertad política. En consecuencia, ninguna de las numerosas y muy alabadas instituciones que perjudicaban a la libertad individual en las antiguas repúblicas, resulta admisible en los tiempos modernos» (Benjamin Constant, «De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos»).
Los representantes de los ciudadanos en el Parlamento eran los que ejercerían el gobierno de la nación. En cierta manera, nuestras democracias siguen el principio constantiano. El pueblo elige a sus gobernantes y éstos garantizan la libertad individual del pueblo, eso sí, al modo en el que los describió Schumpeter. Los electores se comportan como caudillos cuyo único fin es la conquista del poder y se comportan, respecto a los votos, de la misma manera que el elector de aceite. Eso sí, garantizan la libertad individual: permiten el aborto, el divorcio y todos sus concomitantes.
El pueblo tiene su libertad individual y los gobernantes, la política, manteniendo además estos últimos, el engaño de manera que parezca que sean los primeros los que gobiernan.
Volviendo a Aristóteles, este sistema que se nos impone sin discusión, tan querido y tan alabado incluso por la jerarquía eclesiástica, está muy alejado del bien común, pero claro, ¿alguien sabe qué es el bien común?
6 comentarios:
Muy lúcido el post, parece que los 40ºC, no te hacen perder lucidez.Así que tiene mucho mérito, escribir en ese estado.
Yo, en cambio estoy medio muerto con el puto ventilador, así que resumiré.
El problema es todo, ya no sólo el bien común de Aristóteles.
Sólo la noción de bien de Sto Tomás, si la explicáramos, nos apedrearían.Y que decir de la noción de "verdad", de Sto Tomás?.Hoy no existe nada verdadero, hay 1000 verdades, cada uno la suya, el bien es lo que a mi me gusta, y así está el mundo.
Todo lo que no sea comer y fornicar, pertenece al catecismo, así es la suciedad actual.
Le recominedo una lectura para lo que queda de este verano, Isaac. Como le gusta la filosofía le recomiendo a un filósofo español contemporáneo. Uno de los más afamados.
"El concepto de lo civil" de Felipe Martinez Marzoa.
Ese librito resume la vida entera de pensamiento de ese filósofo y al final todo queda muy clarito y, lo mejor, desde una perspectiva filosófica moderna y para nada cristiana y sin necesidad de citar a Santo Tomás.
En una reseña chilena de la obra encontramos el siguiente resumen, por si la calentura es demasiado alta para leer y entender a Marzoa:
Puede decirse, resumiendo muchísimo, que la filosofía que cultiva este profesor gallego se basa en dos piedras angulares: el problema del ser y del decir en Grecia, y el problema de la calculabilidad y el ser en la Modernidad.
Si lo común en ambas cuestiones es el ser, lo que le interesa a Marzoa –en el caso de Grecia– es cómo se tematiza y cómo se dice ese ser. Para él, en la Modernidad la situación que se da es distinta, porque el problema del ser se vincula a una representación y a un conocimiento racional y experimental de la realidad (propio de la física matemática) en el que destacan los problemas del calculus, la suprimibilidad o no suprimibilidad de los entes y, en definitiva,
la aparición de una estructura ontológica donde se da un intercambio de mercancías, que pueden ser físicas o no físicas, donde cada una de ellas tiene un valor en dinero.
Marzoa había mostrado hasta ahora que existen grandes diferencias entre lo que él llama “el proyecto polis” y lo que denomina “el proyecto de la Modernidad”. En Grecia el proyecto polis se articulaba en torno a la idea del
reconocimiento e irreductibilidad de cada uno de los entes, de modo que no podía existir, de entrada, un intercambio relevante entre ellos. Los entes tenían un valor intrínseco e irreductible, y el intercambio constituía una excepción respecto de esa irreductibilidad general. El intercambio generaba, por tanto, la tematización de algo que tenía valor ontológico per se, en relación a los otros entes. Y esta irreductibilidad brillaba paradigmáticamente en la polis.
Precisamente en la polis se daba una estructura que no sólo era jurídica, política y económica, sino también ontológica y en ella la irreductibilidad de los entes se quebraba por su tematización. Es más, en la Grecia clásica cada
cosa tenía su valor porque estaba unida a un uno-todo, que era la estructura ontológica de la realidad. Así pues, la tematización hacía referencia al ser y no podía desprenderse de ese uno-todo. Por eso, para Marzoa, una polis no era una “ciudad” ni una “ciudad-estado” sino una estructura “ontológicopolítica”
–para decirlo en términos modernos– en la que se daba un uno-todo, de modo que todo tenía relación con todo. Por el contrario, el proyecto de la Modernidad se inicia, según Marzoa, con el desarrollo de la física matemática y con el cálculo racional de posibilidades. Todo esto permite que los entes no tengan ese valor irreductible, sino que formen parte de una estructura en la que se transformen en meras mercancías que puedan intercambiarse
entre sí (p. 14), y que no tengan una relación con todo, más que el
de su valor asignado en dinero.
(sigue)
...
Retengamos, pues, las tesis más importantes del libro: desde Hobbes
hasta Marx se explica la historia de la Modernidad, caracterizada por la ciencia y el derecho (el calculus y las garantías) como dos partes indisociables entre sí. Desde Hobbes hasta Kant se da el despliegue de la sociedad civil
como estructura de intercambio limitado, mientras que en Hegel se evalúa histórica y ontológicamente esa Modernidad, de forma que se produce un distanciamiento respecto de la Modernidad misma. Al tomarla como un uno-todo, no hay un “otro”, es decir, no hay un “otro” al que remitirse o
desde el cual juzgar, por lo que después de aprehender la Modernidad a partir de la ruptura, no queda sino la nada.
Y leyéndolo retoma usted después el concepto de Katejón, que también le gusta y lo conoce y hace su lectio con Apoc 13,18 a la luz de la tipología bíblica de 1Re 10, 14 o 2Cro 9,13.
Le aseguro que sin necesidad de citar a Santo Tomás puede llegar a palpar a las bestias, cuya historicidad literal para esos sabios dominicos de Salamanca era la siguiente:
"La primera Bestia es el imperialismo romano con sus medios potentísimos de conquista, dominio y seducción. La otra Bestia representa el poder del sacerdocio pagano, especialmente el de Asia Menor, servilmente sometido al capricho de los emperadores."
¿No las ve hoy en día en toda su literalidad histórica perpetuadas en el tiempo de la Iglesia? ¿No ve la segunda bestia en ese sacerdocio cristiano de la modernidad, heredero del pagano de la antiguedad?
En fin. El bien común es una cosa demasiado abstracta y Aristóteles demasiado complejo para ponerse a tratar de ellos en un verano posmoderno. Es más fácil hacer la crónica de lo que va pasando y ha de venir.
Perdón por la extensión, pero es la calentura del verano.
Para subir la fiebre y a modo de posdata:
http://www.youtube.com/watch?v=-XeUOCAYSE0&feature=player_embedded#!
Esto es a lo más que se ha llegado en el templo del saber moderno donde la democracia ha substituído a la Fe y el Estado a Dios.
Ahora es cuestíón de una nueva guerra de religión o del milagro del anticristo que muestre la divinidad de esa universalidad donde el cristianismo se ha disuelto en humanidad como puente necesario entre lo helénico y la modernidad.
Es que le verano tiene esas cosas, Miles...
Por cierto, ¿cuál es la editorial que edita el volumen de Marzoa?
Es chilena: "Metales Pesados"
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