De otras muchas maneras se manifiesta la atracción que produce lo misterioso hacia cosas y sentimientos que tienen alguna correspondencia con él, tan sólo porque no se comprenden. Sirva de ejemplo más convincente el encanto que posee la lengua del culto, medio comprendida o incomprendida del todo, y el indudable acrecentamiento del temor devoto que provoca. Asimismo pueden citarse en este lugar las expresiones viejas y apenas comprensibles de la Biblia y el libro de cánticos, el singular poder impresionante de las aleluyas y kiries, justamente porque son algo heteróclito e incomprensible; los latines de la misa, que al católico ingenuo no le producen la impresión de un mal inevitable, sino de algo particularmente santo; el sánscrito en las misas budistas de China y Japón; la lengua de los dioses en el ritual de los sacrificios homéricos, y otras mil cosas por el estilo. El mismo efecto produce la mezcla proporcionada de lo manifiesto y patente con lo recóndito y secreto de la misa, en la liturgia griega y en otras liturgias. Hay aquí un aspecto que justifica todo esto. También los restos mal cosidos de la misa retornan en los rituales luteranos; tienen sin duda algo que, precisamente porque su disposición no obedece a regla ni aun orden conceptual, suscita la devoción mejor que las disposiciones de nuestros nuevos sacerdotes, construidas como una composición conforme a esquemas perfectos. En ellas no hay nada fortuito, nada tampoco fértil en alusiones; no hay nada impremeditado y, por tanto, que suscite el presentimiento; nada que proceda de las honduras inconscientes y, por tanto, necesariamente fragmentario; nada que rompa la unidad de composición y, por tanto, que deje ver una conexión más elevada; nada pneumático y, por tanto, en general, tampoco mucho espíritu. Y ¿qué es lo que pone de acuerdo y concierta todas las cosas citadas? Justamente esa correspondencia de lo que no se entiende por completo, de lo insólito y singular – que, a su vez, la antigüedad hace todavía más venerable – con lo misterioso, que por ello se hace en cierto modo sensible, evocado por la anamnesis (‘rememoración’) de su análogo.
Rudolf Otto, Lo santo. Cap. 10: Medios de expresión de lo numinoso. Alianza Editorial, pp. 92 – 93.
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