jueves, 10 de marzo de 2011

El Breviario del 60



El Motu Proprio promulgado por Benedicto XVI, liberaliza el uso de los libros litúrgicos tal como quedaron con la reforma de Juan XXIII, exonerando su aplicación de la voluntad de los obispos, aunque de facto, la realidad es otra, como se ha podido comprobar, de manera muy lamentable en Madrid, donde se ha impedido indirectamente la celebración de una Misa según la Forma Extraordinaria, fuera del lugar a la que ha sido confinada, en las Salesas, como si el Motu Proprio no fuese un regalo para toda la Iglesia.

Juan XXIII acometió una reforma del Breviario, que afectó profundamente al mismo. Si nos atenemos a esa reforma, podemos comprender como llegó pocos años después la reforma litúrgica del 69.

En síntesis (en la página The New Liturgical Movement encontrarán un estudio detallado), la reforma confirmó todos los cambios introducidos en el año 1.955, bajo el pontificado de Pío XII, además de redactar de nuevo el cuerpo de las rúbricas, introducir una nueva clasificación de los días litúrgicos, exclusión de las conmemoraciones con una frecuencia mayor de lo que se hacía tradicionalmente, remoción de fiestas de amplia y honda tradición en la Iglesia, como la Aparición de San Miguel Arcángel, la fiesta de la Cátedra de San Pedro en Roma, la Santa Cruz y otras más; igualmente, fiestas de la misma índole que la anterior, impresas tanto el calendario litúrgico y en el lenguaje popular, como los Siete Dolores de la Virgen María el Viernes de Pasión – popularmente el Viernes de Dolores -, San Jorge, los estigmas de San Francisco o Nuestra Señora del Monte Carmelo, quedaron reducidas a meras conmemoraciones y otros pequeños cambios tales como:

- eliminación de la obligación de recitar el Dominus Vobiscum – Et cum spiritu tuo, por parte de los sacerdotes cuando lo rezaban en solitario, cambiándose por el Domine, exaudir orationem team – et clamor meus ad te venita (que era el que usaban las monjas y clérigos no ordenados).

- eliminación de 38 versos del Cántico de Moisés (Dt 32), que se rezaba el sábado durante el tiempo penitencial. También se recortó el salmo 88 en el oficio de Maitines en Navidad, la Transfiguración del Señor y festividad de Cristo Rey.

- reforma de los dos esquemas de salmos introducidos por la reforma de San Pío X, en el oficio de Laudes, uno para fiestas y días ordinarios, otro para los días penitenciales (Adviento y Cuaresma), de manera que, en el primer esquema, el primer salmo de Laudes se traslada a Prima. En esta reforma se omite este traslado de manera que ya no se rezan los ciento cincuenta salmos semanales durante Adviento y Cuaresma.

- Se suprimen también las Primeras Vísperas en las fiestas de Segunda Clase, además de corregirse las fiestas que en la reforma del año 1.955 no tenían Vísperas, excepto el Oficio de la Virgen María.


- Alteración en la manera en la que se inicia el oficio dominical, de Agosto a Noviembre, siendo lo más llamativo el desplazamiento de las Témporas de Septiembre desde su lugar tradicional, tras la Exaltación de la Cruz, en tres de cada siete años.

Ahora bien, dentro de esta serie de reformas, la más extraña fue la que se hizo en el oficio de Maitines, donde se cercenaron sensiblemente la lectura de los Santos Padres. Entre las reformas del 55 y del 60, se eliminaron un total del ¡55 % de las lecturas Patrísticas! del ciclo temporal. De las que permanecen, sólo un tercio son las lecturas de Cuaresma, tiempo durante el cual, la Iglesia lee el Evangelio junto con un comentario de los Padres.

Los comentarios de los Padres explican la lectura del Evangelio del día. En algunos casos, como en los que había 9 lecturas (divididas en tres lecturas), se planteaban cuestiones en las siete primeras, resolviéndose finalmente en las dos últimas. Con la reducción efectuada en los textos, estas respuestas se perdían quedando la cuestión incompleta. Veámoslo con un ejemplo: el de este primer Domingo de Cuaresma.

(para la traducción de San Gregorio, haré uso de la versión española realizada por la BAC; para la Sagrada Escritura, la Biblia de Jerusalén):

Evangelio (Mt 4, 1 -11):

Entonces Jesús fue levado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hombre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Mas él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna». Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios». Todavía le lleva consigo endiablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras». Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto». Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.

Comentario de San Gregorio Magno, sacado la Homilía 16, sobre los Evangelios, tal como se lee ahora en el Breviario de Juan XXIII.

Suelen algunos dudar sobre qué espíritu fue el que llevó a Jesús al desierto, a causa de que luego se añade: Le transportó el diablo a la ciudad santa, y después: Le subió el diablo a un monte muy encumbrado; pero en realidad, y sin cuestión alguna, comúnmente se conviene en creer que fue llevado al desierto por el Espíritu Santo; de manera que su Espíritu le llevaría allí donde le hallaría el espíritu maligno para tentarle.

Mas he que que la mente se resiste a creer y los oídos humanos se asombran cuando oyen decir que Dios Hombre fue transportado por el diablo, ora a un monte muy encumbrado, ora a la ciudad santa. Cosas, no obstante, que conocemos no ser increíbles si reflexionamos sobre ello y sobre otros sucesos.

Hasta aquí la lectura de Maitines tal como quedó con la reforma de Juan XXIII. Se plantea una cuestión, pero no se resuelve. El texto se queda cojo, además de invitar a una reflexión del fiel sobre la cuestión, no a la contemplación del Misterio.

A continuación la parte eliminada, que todavía aparecía en la versión del año 1.955.

Es cierto que el diablo es cabeza de todos los inicuos y que todos los inicuos son miembros de tal cabeza. Pues qué, ¿no fué miembro del diablo Pilatos? ¿No fueron miembros del diablo los judíos que persiguieron a Cristo y los soldados que le crucificaron? ¿Qué extaño es, por tanto, que permitiera ser transportado por aquel a cuyos miembros permitió también que le crucificaran?

No es, pues indigno de nuestro Redentor, que había venido a que le dieran muerte, el querer ser tentado; antes bien, justo era que, como había venido a vencer nuestra muerte con la suya, así venciera con sus tentaciones las nuestras.

Debemos, pues saber que la tentación se produce de tres maneras: por sugestión, por delectación y por consentimiento. Nosotros, cuando somos tentados, comúnmente nos deslizamos en la delectación y también hasta el consentimiento, porque engendrados en el pecado, llevamos además con nosostros el campo donde soportar los combates. Pero Dios, que, hecho carne en el seno de la Virgen, había veido al mundo sin pecado, nada contrario soportaba en sí mismo. Pudo, por tanto, ser tentado por sugestión, pero la delectación del pecado ni rozó siquiera su alma; y así, toda aquella tentación diabólica fue exterior, no de dentro.

Hay que decir que en el año 1.955, desaparecía la lectura que se hacía en el segundo nocturno, de la Homilía nº 4 de San León Magno para la Cuaresma.

El cambio sufrido entre uno y otro Breviario es sorprendente. En el de Juan XXIII, parece que San Gregorio Magno arroja la sombra de la duda sobre la veracidad de la tentación de Cristo por Satanás, aunque posteriormente expresa que la solución es sencilla si «reflexionamos sobre ello y otros sucesos». Sin embargo lo que no es más que un uso retórico del lenguaje, queda aquí como una invitación a dar una explicación subjetiva al hecho narrado por el evangelista. Nada más lejos de la intención del Papa Santo. Porque, después, San Gregorio hace una exposición sublime del misterio de Cristo, de la moral cristiana y de conceptos que posteriormente saldrán en todos los libros de vida cristiana. Entre los mismos podríamos destacar:

- Contraposición entre Cristo, cabeza de la Iglesia y Satanás, cabeza de los réprobos, tema que después tomará San Ignacio para sus Dos Banderas.
- Soteriología: Cristo con su tentación, vence las nuestras, de la misma manera que con su muerte nos ganó la salvación.
- Moralidad: explicación del proceso de la tentación, sugestión, delectación y consentimiento, fundamento doctrinal que se repetirá en todos los libros de moral.
- Doctrina del pecado original.
- Doctrina de la Encarnación y del nacimiento virginal de Cristo.
- Cristología: cómo Cristo fue tentado y diferencia con la tentación que sufre el hombre.

Todas estas enseñanzas están explícitas en este texto, todas estas enseñanzas eran rezadas, meditadas, vividas con el rezo del Oficio Divino, que no sólo sirve para nuestro crecimiento espiritual, contemplando el Misterio de Cristo, sino también actúa como vacuna contra las malas doctrinas.

La liturgia es el problema y la solución.

Lex orandi, lex credendi.

El declive espiritual está relacionado con el litúrgico. El problema es que no se es consciente de ello. Se mantiene una ortodoxia en el dogma pero no en la Liturgia. Pero es un error.

El Compendio del Catecismo, enseña sintéticamente la importancia de la liturgia en la Iglesia:

La liturgia, acción sagrada por excelencia, es la cumbre hacia la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de la que emana su fuerza vital. A través de la liturgia, Cristo continúa en su Iglesia, con ella y por medio de ella, la obra de nuestra redención.

La reforma de la Iglesia, será litúrgica. Como dicen las hermosas oraciones sacerdotales de la Liturgia, usus antiquior, de las abluciones:

Corpus tuum, Dómine, quod sumpsi, et Sanguis quem potávi, adhaereat viscéribus meis: et prasesta; ut in me non remánea scélerum mácula, quem pura et sancta refecérunt sacraménta: Qui vivis et regnas in saecula saeculórum. Amen.

Tu Cuerpo, Señor, que he tomado, y la Sangre que he bebido, adhiéranse a mis entrañas y haz que en mí no quede mancha de pecado, pues me han alimentado estos puros y santos Sacramentos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

Es el Señor el que nos transforma con su gracia, el que nos purifica y santifica.

Para finalizar, queda claro que el proceso de declive litúrgico no surge de repente en el Concilio Vaticano II, sino de un tiempo mucho anterior. La cuestión litúrgica no se reduce a una mera oposición entre los libros litúrgicos de Juan XXIII y los de Pablo VI. El problema es más amplio y el campo de visión debe abrirse hasta abarcar un tiempo y un espacio mayor.

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