martes, 21 de febrero de 2012

Reforma laboral, susurro episcopal


Tras varios días ausente vuelvo a la bitácora, con la reforma laboral ya encima.

El PP, definitivamente, se ha tirado al callejón. Como señalaba recientemente el Museros, el PP afirmó y afirma que esta reforma traerá más paro, lo mismo que los empresarios, que dejan a Eolo la salida de la lysis económica.

Como la avaricia no tiene límites, los mercaderes piden más. Por ejemplo, piden que se le retire la prestación por desempleo a un trabajador que rechace un trabajo, «aunque sea en Laponia». ¿Qué tal?

Los trabajadores no han sido los principales perjudicados con esta reforma laboral, que también, sino la Justicia, segunda virtud cardinal.

La avaricia, avidez inmoderada por los bienes externos, como enseña Santo Tomás de Aquino en la II – IIae, es un pecado contra el prójimo, en cuanto unos se enriquecen y otros pasan necesidades, implica un desorden de los afectos y, en definitiva es un pecado contra Dios, en cuanto se prefiere un bien temporal ante los eternos.

La avaricia tiene varias hijas, muy conocidas: traición, fraude, mentira, perjurio, inquietud, violencia y dureza de corazón. Santo Tomás expone bellamente la génesis de estas niñas:

Se llaman hijas de la avaricia aquellos vicios que se derivan de ella, y en especial en cuanto intentan el mismo fin. Pero como la avaricia es el amor excesivo de poseer riquezas, peca por dos capítulos: Primero, reteniendo las riquezas. Y así, de la avaricia surge la dureza de corazón, que no se ablanda con la misericordia ni ayuda con sus riquezas a los pobres. Segundo, la avaricia peca por exceso en la adquisición de las riquezas. Y en este aspecto puede considerarse la avaricia de dos modos: Uno, según el afecto interior. Y así la avaricia causa la inquietud, en cuanto engendra la excesiva solicitud y preocupaciones vanas, pues el avaro no se ve harto del dinero, como leemos en Ecl 5,9. Otro modo de considerar la avaricia es atendiendo al efecto exterior. Y así el avaro, en la adquisición de las riquezas, se sirve unas veces de la violencia y otras del engaño. Si este engaño lo hace con palabras, tenemos la mentira si se usan palabras sin más, y si lo apoya con un juramento, tenemos el perjurio. Y si el engaño lo realiza con obras, tenemos el fraude si se trata de cosas y la traición si de las personas, como aparece claro en el caso de Judas, que traicionó a Cristo por avaricia (Mt 26,15).

De ahí que las palabras del tal Feito no nos escandalicen.

Otra cosa es la timidez con la que los obispos, a través de su portavoz, se han expresado respecto a este  asunto. Mínimas palabras, sin desarrollo y/o aplicación posterior. La Doctrina Social de la Iglesia dice más, mucho más que lo afirmado por Monseñor Martínez Camino. Basta recordar las encíclicas de León XIII y Pío XI al respecto para comprobar cuáles son las lindes que deben marcar las relaciones empresario - trabajador.

Y que no digan que la Doctrina Social de la Iglesia es un imposible, porque gracias a la aplicación de dichos principios surgieron empresas como COVAP.

Claro, eran otros tiempos...




1 comentario:

Antonius dijo...

Respecto a los obispos... es la misma jugarreta traicionera y cobarde de costumbre, abren un poquito la boca pero no ponen nada en práctica sino que farisaicamente en la práctica hacen todo lo contrario a lo que dicen. Obras son amores y no buenas razones, ora et LABORA, y la fe sin obras es una fe muerta. Los obispos creen que dan la talla con su cobarde actitud, en lugar de llamar a todos al martirio y ellos los primeros, pero desde hace años eligieron el camino ancho y fácil... ustedes me entenderán....