lunes, 17 de octubre de 2011

Sigue el debate en torno al Vaticano II


Artículo de Sandro Magister.

En Italia el debate intelectual está candente. En España estamos en otra cosa....


Concilio, obra en progreso. Pero hay quien cruza los brazos

El cardenal Cottier, el jurista Ceccanti, el teólogo Cantoni defienden la novedad del Vaticano II. Pero los lefebvrianos no ceden y los tradicionalistas acentúan las críticas. Los últimos desarrollos de una disputa ardiente

por Sandro Magister





ROMA, 17 de octubre de 2011 – La controversia sobre la interpretación del Concilio Vaticano II y sus cambios en el magisterio de la Iglesia ha registrado en estas semanas nuevos desarrollos, también a alto nivel.

El primero es el "Preámbulo doctrinal" que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha entregado el pasado 14 de setiembre a los lefebvrianos de la cismática Fraternidad Sacerdotal San Pío X, como base para una reconciliación.

El texto del "Preámbulo" es secreto. Pero ha sido descrito así en el comunicado oficial que acompañó su entrega:

"Tal Preámbulo enuncia algunos principios doctrinales y criterios de interpretación de la doctrina católica, necesarios para garantizar la fidelidad al magisterio de la Iglesia y el 'sentire cum Ecclesia', dejando al mismo tiempo para una legítima discusión el estudio y la explicación teológica de expresiones individuales o formulaciones presentes en los documentos del Concilio Vaticano II y del magisterio posterior".

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Un segundo desarrollo es la intervención del cardenal Georges Cottier (en la foto) en la discusión en curso desde hace algunos meses en www.chiesa y en "Settimo cielo".

Cottier, de 89 años de edad, suizo, perteneciente a la Orden de los Dominicos, es teólogo emérito de la casa pontificia. Ha publicado su intervención en el último número de la revista internacional "30 Días".

Allí, él replica a la tesis sostenida en www.chiesa por el historiador Enrico Morini, según el cual con el Concilio Vaticano II la Iglesia ha querido volver a unirse con la tradición del primer milenio.

El cardenal Cottier alerta contra el pensamiento que el segundo milenio ha sido para la Iglesia un período de decadencia y de alejamiento del Evangelio.

Pero al mismo tiempo reconoce que el Vaticano II ha hecho bien en devolver su fuerza a la visión de la Iglesia que fue particularmente viva en el primer milenio: no como sujeto subsistente en sí, sino como reflejo de la luz de Cristo. Y traza las consecuencias concretas que se derivan de esa visión corregida.

El texto del cardenal Cottier se reproduce íntegramente en esta página, líneas más abajo.

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Un tercer desarrollo de la discusión remite a una tesis del Vaticano II particularmente discutida por los tradicionalistas: la de la libertad religiosa.

En efecto, hay una ruptura indudable entre las afirmaciones provenientes del Vaticano II y las anteriores condenas del liberalismo hechas por los Papas del siglo XIX.

Pero "detrás de esas condenas había en realidad un liberalismo específico, el estatal continental, con sus pretensiones de soberanía monista y absoluta, a la que se consideraba como restrictiva de la independencia necesaria para la misión de la Iglesia".

Mientras que, por el contrario, "la reconciliación práctica, llevada a cabo por el Vaticano II, se produce a través del pluralismo de otro modelo liberal, el anglosajón, que relativiza radicalmente las pretensiones del Estado hasta hacerlo no el monopolizador del bien común, sino una limitada realidad de oficinas públicas al servicio de la comunidad. Al desencuentro entre los dos exclusivismos siguió el encuentro bajo el signo del pluralismo".

Las citas ahora publicadas están extraídas de un ensayo que el profesor Stefano Ceccanti - docente de Derecho Público en la Universidad de Roma "La Sapienza" y senador del Partido Democrático - se apresta a publicar en la revista "Quaderni Costituzionali":

> Benedetto XVI a Westminster Hall e al Bundestag: l'elogio del costituzionalismo

En el ensayo, Ceccanti analiza los dos importantes discursos pronunciados por Benedicto XVI el pasado 22 de setiembre en el Parlamento Federal de Berlín y en 17 de setiembre de 2010 en Westminster Hall, para mostrar cómo ambos discursos "están en estrecha continuidad con la reconciliación operada por el Concilio".

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Un cuarto desarrollo es la publicación en Italia de este libro:

Pietro Cantoni, "Riforma nella continuità. Vaticano II e anticonciliarismo", Sugarco Edizioni, Milano, 2011.

El libro navega por los textos más controvertidos del Concilio Vaticano II, para mostrar que en ellos todos es legible y explicable a la luz de la tradición y de la gran teología de la Iglesia, incluido santo Tomás de Aquino.

El autor, el sacerdote Pietro Cantoni – luego de haber pasado algunos años de su juventud en Suiza, en la comunidad lefebvriana de Ecône, y de haberse retirado de allí – se formó en Roma, en la escuela de uno de los mayores maestros de la teología tomista: monseñor Brunero Gherardini.

Pero justamente las críticas de este libro se dirigen contra su maestro. Gherardini es uno de los "anticonciliares" que más está en la mira del autor.

En efecto, en sus últimos volúmenes, monseñor Gherardini ha anticipado serias reservas sobre la fidelidad a la Tradición de algunas afirmaciones del Concilio Concilio Vaticano II: en la constitución dogmática "Dei Verbum" sobre las fuentes de la fe, en el decreto "Unitatis redintegratio" sobre el ecumenismo y en la declaración "Dignitatis humanae" sobre la libertad religiosa.

"La Civiltà Cattolica", la revista de los jesuitas de Roma impresa con el control previo de la Secretaría de Estado vaticana, al reseñar en setiembre uno de sus libros ha reconocido en el anciano y competente teólogo una "sincera devoción a la Iglesia".

Pero esto no impide a Gherardini apuntar sus críticas mordaces contra el mismo Benedicto XVI, culpable, a su entender, de una exaltación del Concilio que "corta las alas del análisis crítico" e "impide mirar al Vaticano II con ojos más penetrantes y menos deslumbrantes".

Desde hace dos años Gherardini espera en vano del Papa lo que él le pidió en una "súplica" pública: someter a reexamen los documentos del Concilio y aclarar en forma definitoria y definitiva "si, en qué sentido y hasta qué punto" el Vaticano II está o no en continuidad con el anterior magisterio de la Iglesia.

Para marzo del 2012 ha anunciado la publicación de un nuevo libro suyo sobre el Concilio Vaticano II, que se prevé todavía más crítico que los anteriores.

En cuanto al libro de Pietro Cantoni, se encuentra más abajo en esta página un comentario hecho por Francesco Arzillo, luego del artículo del cardenal Cottier.

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Otra novedad es el premio Acqui Storia que será asignado el próximo 22 de octubre a Roberto de Mattei por el volumen "Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta", editado por Lindau y del que www.chiesa ha hecho referencia en su momento.

El premio Acqui es uno de los más prestigiosos, en el campo de los estudios históricos. El jurado que ha decidido conferirlo a de Mattei está compuesto por expertos de distintas orientaciones, católicos y no católicos.

Pero su presidente, el profesor Guido Pescosolido, de la Universidad de Roma "La Sapienza", ha renunciado al cargo justamente para apartarse de esta decisión.

A juicio del profesor Pescosolido, el libro de de Mattei estaría viciado por un espíritu militante anticonciliar, incompatible con los cánones de la historiografía científica.

En apoyo del profesor Pescosolido ha presentado un comunicado la SISSCO, Sociedad para el Estudio de la Historia Contemporánea, presidida por el profesor Agostino Giovagnoli, máximo exponente de la comunidad de San Egidio, y con otro exponente de la misma comunidad en el consejo directivo, el profesor Adriano Roccucci.

Y en el "Corriere della Sera", el profesor Alberto Melloni – co autor de otra famosa historia del Vaticano II, también ella seguramente "militante" pero en el ámbito progresista, producida por la "escuela de Boloña", de don Giuseppe Dossetti y Giuseppe Alberigo y traducida en más idiomas – ha directamente vapuleado a de Mattei. A pesar que le reconoce haber enriquecido la reconstrucción de la historia del Concilio con documentos inéditos, el autor ha equiparado el libro a "tanta folletería anticonciliar", que no merece consideración alguna.

En comparación, la calma con la que el profesor de Mattei ha soportado similares afrentas ha sido para todos una lección de estilo.

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Por último, siempre en la línea interpretativa de monseñor Gherardini y del profesor de Mattei, ha salido a la venta el 7 de octubre en Italia otro libro que identifica ya en el Concilio Vaticano II los fracasos que salieron a la luz en el post-concilio:

Alessandro Gnocchi, Mario Palmaro, "La Bella addormentata. Perché col Vaticano II la Chiesa è entrata in crisi. Perché si risveglierà", Vallecchi, Firenze, 2011.

Los dos autores no son ni historiadores ni teólogos, pero sostienen sus tesis en forma competente y con eficacia comunicativa, para una platea de lectores más amplia que la reunida por los especialistas.

En la orilla opuesta respecto a la tradicionalista, también el teólogo Carlo Molari ha ampliado el ámbito de la discusión, en una serie de artículos en la revista "La Rocca", de la Pro Civitate Christiana de Asís, en los que ha retomado y discutido las intervenciones aparecidas en www.chiesa y en "Settimo cielo".

También gracias a ellos es entonces previsible que la controversia sobre el Vaticano II se extienda a un público más numeroso, justamente en la vigilia de los cincuenta años de la apertura de la gran asamblea, en el año 2012.

Para la ocasión, desde el 3 al 6 de octubre del año próximo, el Comité Pontificio de Ciencias Históricas tiene en carpeta un congreso de estudio sobre el modo en que los obispos que participaron en el Concilio lo describieron en sus diarios y archivos personales.

Y el 11 de octubre del 2012, día aniversario de la apertura del Concilio, comenzará un especial “año de la fe”, que terminará el 24 de noviembre del año siguiente, solemnidad de Cristo Rey del Universo. Benedicto XVI lo anunció el 16 de octubre, en la homilía de la Misa celebrada por él en la basílica de San Pedro, con miles de anunciadores dispuestos a trabajar por la "nueva evangelización":

> "Porta fidei"



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ESA PERCEPCIÓN DE LA IGLESIA COMO "LUZ REFLEJA" QUE UNE A LOS PADRES DEL PRIMER MILENIO Y AL CONCILIO VATICANO II

por Georges Cottier


En el ya cercano 2012 se cumplirán los cincuenta años del comienzo del Concilio Vaticano II. Medio siglo después, lo que fue un acontecimiento mayor de la vida de la Iglesia sigue suscitando debates –que probablemente se intensificarán en los próximos meses– sobre cuál es la interpretación más adecuada de aquella asamblea conciliar.

Las disputas de carácter hermenéutico, por supuesto importantes, corren el riesgo, sin embargo, de convertirse en controversias para entendidos. Mientras que a todo el mundo le puede interesar, sobre todo en el momento actual, redescubrir la fuente inspiradora que animó al Concilio Vaticano II.

La respuesta más común reconoce que lo que impulsaba el acontecimiento era el deseo de renovar la vida interior de la Iglesia y también adaptar su disciplina a las nuevas exigencias para volver a proponer con nuevo vigor su misión en el mundo actual, atenta en la fe a los "signos de los tiempos". Pero para ir más a fondo, hay que comprender cuál era el rostro más íntimo de la Iglesia que el Concilio se proponía confesar y presentar al mundo en su intento de actualización.

El título y las primeras líneas de la constitución dogmática conciliar "Lumen gentium", dedicada a la Iglesia, son iluminadores por su claridad y sencillez: "Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia". En las primeras palabras de su documento más importante, el último Concilio reconoce que el punto fontal de la Iglesia no es la Iglesia misma, sino la presencia viva de Cristo que edifica personalmente la Iglesia. La luz que es Cristo se refleja como en un espejo en la Iglesia.

La conciencia de este dato elemental (la Iglesia es el reflejo en el mundo de la presencia y de la acción de Cristo) ilumina todo lo que el último Concilio dijo sobre la Iglesia. El teólogo belga Gérard Philips, que fue el principal redactor de la constitución "Lumen gentium", evidenció precisamente este dato al principio de su monumental comentario al texto conciliar.

Según él, "la constitución sobre la Iglesia adopta desde el principio la perspectiva cristocéntrica, perspectiva que se afirma con fuerza durante toda la exposición. La Iglesia está profundamente convencida de ello: la luz de los pueblos no se irradia de ella, sino de su divino Fundador: también, la Iglesia sabe muy bien que, reflejándose en su rostro, esta irradiación llega a la humanidad entera". Una mirada en perspectiva mantenida hasta las últimas líneas del mismo comentario, en las que Philips repetía que "no es cometido nuestro profetizar sobre el futuro de la Iglesia, sobre sus fracasos y desarrollo. El futuro de esta Iglesia, a la que Dios ha querido hacer reflejo de Cristo, Luz de los Pueblos, está en sus manos".

La percepción de la Iglesia como reflejo de la luz de Cristo une el Concilio Vaticano II con los Padres de la Iglesia, que desde los primeros siglos recurrieron a la imagen del "mysterium lunae", el misterio de la luna, para sugerir cuál era la naturaleza de la Iglesia y la acción que le conviene. Como la luna, "la Iglesia no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo" ("fulget Ecclesia non suo sed Christi lumine"), dice san Ambrosio. Mientras que para Cirilo de Alejandría "la Iglesia está penetrada por la luz divina de Cristo, que es la única luz en el reino de las almas. Existe, pues, solo una luz: en esta única luz resplandece también la Iglesia, que, sin embargo, no es Cristo mismo".

En este sentido, merece atención la intervención que el historiador Enrico Morini hizo recientemente en la página web www.chiesa.espressonline.it que dirige Sandro Magister.

Según Morini – que es profesor de Historia del cristianismo y de las Iglesias de la Universidad de Bolonia – el Concilio Vaticano II se mantuvo "en la perspectiva de la más absoluta continuidad con la tradición del primer milenio, según una periodización no puramente matemática sino esencial, al ser el primer milenio de historia de la Iglesia el de la Iglesia de los siete Concilios, todavía indivisa […]. Al promover la renovación de la Iglesia el Concilio no ha intentado introducir algo nuevo – como respectivamente desean y temen progresistas y conservadores – sino volver a lo que se había perdido".

La observación puede crear equívocos, si se confunde con el mito historiográfico que ve la historia de la Iglesia como una progresiva decadencia y un alejamiento creciente de Cristo y del Evangelio. Tampoco pueden acreditarse contraposiciones artificiosas según las cuales el desarrollo dogmático del segundo milenio no estaría conforme con la Tradición compartida durante el primer milenio por la Iglesia indivisa. Como ha puesto de manifiesto el cardenal Charles Journet, apoyándose también en el beato John Henry Newman y en su ensayo sobre el desarrollo del dogma, el "depositum" que hemos heredado no es un depósito muerto, sino un depósito vivo. Y todo lo que está vivo se mantiene en vida desarrollándose.

Al mismo tiempo, hay que reconocer como dato objetivo la correspondencia entre la percepción de la Iglesia expresada en la "Lumen gentium" y la ya compartida en los primeros siglos del cristianismo. La Iglesia no se presupone como un sujeto en sí mismo, preestablecido. La Iglesia da por sentado que su presencia en el mundo florece y permanece como reconocimiento de la presencia y de la acción de Cristo.

A veces, incluso en nuestra más reciente actualidad eclesial, esta percepción del punto fontal de la Iglesia parece ofuscarse para muchos cristianos, y parece darse una especie de vuelco: de ser reflejo de la presencia de Cristo (que con el don de su Espíritu edifica la Iglesia) se pasa a percibir la Iglesia como una rea lidad material e idealmente dedicada a atestiguar y realizar por sí misma su presencia en la historia.

De este segundo modelo de percepción de la naturaleza de la Iglesia, no conforme con la fe, se desprenden consecuencias concretas.

Si, como debe ser, la Iglesia se percibe en el mundo como reflejo de la presencia de Cristo, el anuncio del Evangelio no puede hacerse más que en el diálogo y en la libertad, renunciando a cualquier medio de coer ción, ya sea material o espiritual. Es el camino que marcó Pablo VI en su primera encíclica "Ecclesiam suam", publicada en 1964, que expresa perfectamente la mirada sobre la Iglesia propia del Concilio.

También la mirada que el Concilio ha dirigido a las divisiones entre los cristianos y luego a los creyentes de las otras religiones, reflejaba la misma percepción de la Iglesia. Así, pues, también la petición de perdón por las culpas de los cristianos, que causó asombro y debates en el cuerpo eclesial cuando la presentó Juan Pablo II, es perfectamente conforme con la conciencia de Iglesia descrita hasta aquí. La Iglesia pide perdón no siguiendo modas de honorabilidad mundana, sino porque reconoce que los pecados de sus hijos ofuscan la luz de Cristo que ella está llamada a reflejar sobre su rostro. Todos sus hijos son pecadores llamados por la acción de la gracia a la santidad. Una santificación que es siempre un don de la misericordia de Dios, el cual desea que ningún pecador –por muy horrible que sea su pecado– sea atrapado por el maligno en el camino de la perdición. Así se comprende la fórmula del cardenal Journet: la Iglesia es sin pecado, pero no sin pecadores.

La referencia a la verdadera naturaleza de la Iglesia como reflejo de la luz de Cristo tiene también implicaciones pastorales inmediatas. Por desgracia, en el contexto actual, se verifica la tendencia de algu- nos obispos a ejercer su magisterio mediante declaraciones por vía mediática, en las que dan prescripciones, instrucciones e indicaciones sobre lo que tienen o no tienen que hacer los cristianos. Como si la presencia de los cristianos en el mundo fuera el resultado de estrategias y prescripciones y no surgiera de la fe, es decir, del reconocimiento de la presencia de Cristo y de su mensaje.

Quizás, en el mundo actual, sería más sencillo y confortante para todos poder escuchar a pastores que hablan a todos sin dar por supuesta la fe. Como reconoció Benedicto XVI durante su homilía en Lisboa el 11 de mayo de 2010, "con frecuencia nos preocupamos afanosamente por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista".

(Traducción en español de "30 Días")

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UN BUEN LIBRO Y DOS CATECISMOS PARA COMPARAR

por Francesco Arzillo


La publicación del libro de Pietro Cantoni, "Riforma nella continuità. Vaticano II e anticonciliarismo", es un acontecimiento que merece ser señalado favorablemente. Se trata, en efecto, de un ejemplo de riguroso ejercicio de una hermenéutica de la continuidad: óptima medicina para la enfermedad representada por la polarización activa en la opinión pública eclesial, como resulta sobre todo de los debates mediáticos alimentados por minorías "comprometidas" pero muy poco presentes en la vida de los católicos parroquiales medios, o sea, por la gran mayoría de los fieles.

El lector no teólogo está guiado por Cantoni en la lectura de algunos de los más célebres entre los pasajes controvertidos de los textos del Concilio, para descubrir por último que en ellos no hay nada que no sea legible y explicable a la luz de la Tradición y de la gran teología de la Iglesia, incluido santo Tomás de Aquino.

Produce un disgusto detectar que esta actitud pueda ser interpretada por algunos como una especie de defensa a priori del Vaticano II, la cual prejuzgaría el justo esfuerzo contra las exasperaciones y los fracasos de una parte de la teología y de las praxis postconciliares.

¿Pero entonces cómo podría un católico no defender un Concilio ecuménico? ¿Sobre cuál fuente teológica o magisterial podría apoyarse una actitud similar? ¿Podría un católico seleccionar las enseñanzas de los pastores eligiendo una flor tras otra en razón de la propia sensibilidad y de las propias tendencias culturales y religiosas?

El gran trayecto del Concilio Vaticano II espera todavía ser explorado a fondo en su riqueza pluriforme, que por cierto plantea problemas interpretativos, pero también suscita esperanzas y estímulos hacia una siempre mejor comprensión del misterio de la fe cristiana.

¿Pero cuál es el rol del simple fiel en todo esto? Ciertamente no se puede pretender que él se inscriba en uno de los partidos teológico-litúrgico-eclesial presentes en la plaza, compartiendo las idiosincracias y los supuestos muchas veces unilaterales y apriorísticos.

Ni tampoco se puede razonablemente esperar que el simple fiel sea conducido, por ejemplo, a subestimar la Misa de Pablo VI respecto a la Misa de san Pío V, o viceversa; o a subestimar a santa Edith Stein respecto a santa Teresa de Ávila, o viceversa. Esto significaría privar a la Iglesia de la dimensión extendida en los siglos por la catolicidad y secundar la concepción cripto-apocalíptica de la ruptura que se habría verificado en la edad moderna (cualquiera sea la datación y la lectura, positiva o negativa, que se quiera dar de esa ruptura).

Sobre todo el mundo tradicionalista parece no darse cuenta del hecho que la adhesión – aunque sea en la forma del contraste – a la concepción de la modernidad como ruptura representa una forma evidente de subordinación ideológica al adversario, del que se termina aceptando el supuesto de partida.

Quiero sugerir en este sentido un ejercicio también más simple que el reservado a los teólogos. Sugerimos leer, por ejemplo, al menos alguna parte del Catecismo de san Pío X en paralelo con el "Compendio" de Benedicto XVI.

Una lectura de este tipo lleva a descubrimientos que entusiasman. Hace ver bien no sólo cómo entre los dos catecismos no hay contradicción alguna, sino cómo los respectivos datos se iluminan unos a otros en un enriquecimiento circular pero no autorreferencial, porque está orientado al referente último: el Misterio Santo en su realidad objetiva y trascendente.

Es obvio que esto no significa no ver los problemas – también graves – del tiempo presente, entre los cuales también está el problema de las carencias epistemológicas y de contenido de las teologías más difundidas (argumento éste que será objeto de un examen profundo en un libro del filósofo don Antonio Livi, de próxima publicación).

Pero sí significa ver estos problemas en su justa luz, es decir, en última instancia verlos en el Espíritu que anima a la Iglesia madre y maestra y que no ha dejado de sostenerla también en la época contemporánea: el Espíritu de Jesucristo, el cual está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).

Comentario de Gherardini a las críticas de Cantoni (aquí); entrevista a Gnocchi y Palmaro sobre su nuevo libro (aquí) - si algún lector fuese tan caritativo como para traducirlo, quedaría enormemente agradecido -.

2 comentarios:

Miles Dei dijo...

¿Crees que algún día alguno de los medios principales se ocupará al menos de dar la noticia de la existencia del mismo?

Isaac García Expósito dijo...

Ahora mismo, en España, es un tabú.