viernes, 23 de septiembre de 2011

Voluntarismo y racionalismo: dos hermanos mal avenidos

Para Santo Tomás, la razón y la voluntad se unían para formar la libre elección en una coordinación tan íntima entre el juicio práctico y la decisión voluntaria que difícilmente se podía distinguirlas.

Con Ockham, esta bella y difícil unidad se rompió completa y necesariamente, si se nos permite decirlo así. Si la libertad se encuentra toda ella en el poder de elegir entre el sí y el no, se afirmará, en primer lugar, contra la razón, contra las «razones» que ésta le propone para determinarla en su elección y exigir de ella un sí. Ante la serie rigurosa de las razones, la libertad retrocede como ante las cadenas con las que se la quiere prender. Se escapa por el camino de la negación y se refugia en el poder de las cosas contrarias que reside en la pura voluntad. A causa de las rupturas que hemos dicho, la razón no tiene ya poder directo sobre la libertad y no puede penetrar en la voluntad. No puede ya decir eficazmente: si tú quieres ser feliz, si tú quieres vivir bien, sé virtuosos, fiel, etc., pues todas las aspiraciones así designadas han sido sometidas a la elección de las cosas contrarias. Ya no hay vínculos interiores ni posibles interpenetraciones entre la razón y la voluntad. Cada facultad marcha, pues, por su lado y realiza su obra sola. Pero una tensión radical ha sucedió al esfuerzo de antes hacia la armonía: la razón se pone a fabricar un determinismo universal que envuelve al propio hombre y conduce a la negación de la libertad, mientras que la voluntad se defiende por la autoposición en la arbitrariedad pura, si le es preciso. La libertad de indiferencia engendra a la vez, como dos hermanos enemigos, el voluntarismo y el racionalismo, que se llaman y se rechazan al mismo tiempo. Por ello, los mismos autores, teólogos y filósofos, serán, con frecuencia, voluntaristas, por un lado, y racionalistas, por otro, sobre todo en moral.

Sin dura, siempre se le había reconocido a la voluntad humana el poder de decir no a la razón. En su cuestión 6 del De Malo, dedicada a la libertad, santo Tomás había incluso admitido, precisamente ante el peligro de un determinismo por los motivos racionales que se le objetaba, que el hombre permanece libre de decir no ante la bienaventuranza, tanto en general como en particular. Pero esto era para él una debilidad de la libertad humana, como es la posibilidad de caer y quedar cautivo del pecado. En la doctrina de la libertad de indiferencia, por el contrario, el poder de decir no a la razón es incluso esencial a la libertad. Es ahí donde se muestra su fuerza.

Señalemos desde ahora algunas consecuencias importantes para la concepción de la moral, que surgen del divorcio entre la razón y la voluntad libre. Puesto que la moral es el dominio propio de la libertad, sus elementos principales serán acaparados por la voluntad y el mandamiento y la obediencia, todo lo que determina el obrar moral dependerá únicamente de la voluntad. Se desinteresará del contenido racional de los preceptos; no se ocupará ya de adquirir la inteligencia, sino sólo de saber si han sido dictados por una autoridad que tiene el poder de hacerlo. El papel de la razón se limita cada vez más en moral a declarar que hay un precepto; no se extiende hasta la búsqueda de la comprensión. Se comienza a desconfiar de una razón que busque el porqué de las leyes y de las órdenes dadas.

Pinckaers, Las fuentes de la moral cristiana. Ed. Eunsa, pp. 401 - 402.

2 comentarios:

P. Albrit dijo...

Es decir, que frente al posmodernismo, Santo Tomás.

No sé si me he enterado bien, pero me parece que retrata el descarrío contemporáneo, incluído el económico, donde se hace lo que se quiere por que se quiere, y no por qué se quiere, si ha de hacerse. Razón y voluntad divorciadas = sufren los hijos.

Miles Dei dijo...

Si nos planteamos que racionalismo y voluntarismo son las dos caras de una misma moneda llamada inmanentismo lo entenderemos mucho mejor.