sábado, 21 de noviembre de 2009

¿Quién vigila al vigilante?



El pasado domingo 27 de Septiembre, el Obispo de Coria – Cáceres, Francisco Cerro Chaves, presidió la Misa de la IV convivencia pastoral del arciprestazgo de Coria.

Como se puede observar, el Obispo oficia ¡sin casulla! Según la Instrucción General del Misal Romano:

La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones sagradas que se relacionan directamente con la Misa, es la casulla o planeta, a no ser que se determinara otra cosa, vestida sobre el alba y la estola (IGMR 337).


Lo mismo indica la Instrucción Redemptionis Sacramentum:

La vestidura propia del sacerdote celebrante, en la Misa y en otras acciones
sagradas que directamente se relacionan con ella, es la casulla o planeta, si no se
indica otra cosa, revestida sobre el alba y la estola». Igualmente, el sacerdote que se
reviste con la casulla, conforme a las rúbricas, no deje de ponerse la estola. Todos los Ordinarios vigilen para que sea extirpada cualquier costumbre contraria (IRS 123).

Pero claro, ¿qué sucede cuándo es el guardián que no se cometan abusos litúrgicos es el que los realiza?

El Obispo tiene el oficio de enseñar, santificar y regir. La Constitución Dogmática Lumen Gentium deja meridianamente claro qué es el oficio de santificar de los Obispos:

El Obispo, revestido como está de la plenitud del Sacramento del Orden, es "el administrador de la gracia del supremo sacerdocio", sobre todo en la Eucaristía que él mismo celebra, ya sea por sí, ya sea por otros, que hace vivir y crecer a la Iglesia. Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento . Ellas son, cada una en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y plenitud (cf. 1Tes., 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor "a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad". En toda celebración, reunida la comunidad bajo el ministerio sagrado del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad y "unidad del Cuerpo místico de Cristo sin la cual no puede haber salvación". En estas comunidades, por más que sean con frecuencia pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, Cristo está presente, el cual con su poder da unidad a la Iglesia, una, católica y apostólica. Porque "la participación del cuerpo y sangre de Cristo no hace otra cosa sino que pasemos a ser aquello que recibimos".

Ahora bien, toda legítima celebración de la Eucaristía la dirige el Obispo, al cual ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religiosa cristiana y de administrarlo conforme a los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia, las cuales él precisará según su propio criterio adaptándolas a su diócesis.

Así, los Obispos, orando por el pueblo y trabajando, dan de muchas maneras y abundantemente de la plenitud de la santidad de Cristo. Por medio del ministerio de la palabra comunican la virtud de Dios a todos aquellos que creen para la salvación (cf. Rom., 1,16), y por medio de los sacramentos, cuya administración sana y fructuosa regulan ellos con su autoridad, santifican a los fieles. Ellos regulan la administración del bautismo, por medio del cual se concede la participación en el sacerdocio regio de Cristo. Ellos son los ministros originarios de la confirmación, dispensadores de las sagradas órdenes, y los moderadores de la disciplina penitencial; ellos solícitamente exhortan e instruyen a su pueblo a que participe con fe y reverencia en la liturgia y, sobre todo, en el santo sacrificio de la misa. Ellos, finalmente, deben edificar a sus súbditos, con el ejemplo de su vida, guardando su conducta no sólo de todo mal, sino con la ayuda de Dios, transformándola en bien dentro de lo posible para llegar a la vida terna juntamente con la grey que se les ha confiado (Lumen Gentium 26).

Es decir, «toda legítima celebración de la Eucaristía la dirige el Obispo, al cual ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religiosa cristiana y de administrarlo conforme a los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia, las cuales él precisará según su propio criterio adaptándolas a su diócesis».

Y los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia exigen la casulla, porque la casulla simboliza el yugo del Señor.


“Llevar el yugo del Señor significa ante todo: aprende de Él. Estar siempre dispuestos a asistir a la escuela de Jesús. De Él debemos aprender la pequeñez y la humildad –la humildad de Dios que se muestra en su ser hombre”

“Algunas veces quisiéramos decirle a Jesús: Señor, tu yugo no es para nada ligero. Más bien, es tremendamente pesado en este mundo. Pero al mirarlo a Él que ha cargado con todo –que en sí ha probado la obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces todos nuestros lamentos se apagan”.

“Su yugo es el de amar con Él. Y mientras más lo amamos, y con Él nos convertimos en personas que aman, más ligero se vuelve nuestro yugo aparentemente pesado”.

“Oremos para que nos ayude a ser junto con Él personas que aman, para experimentar así siempre más cuán bello es portar su yugo”
Benedicto XVI, Misa Crismal 2.007

Entonces, ¿está respondiendo adecuadamente al oficio de santificar? ¿Qué pasa con su grey? ¿No tiene derecho a que se le administren los sacramentos como quiere la Iglesia?

¡Señor, ven pronto!

p.s. Con este texto se está cumpliendo sencillamente con lo que quiere Roma:

No se puede callar ante los abusos, incluso gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y autoridad de la Iglesia, que en nuestros tiempos, no raramente, dañan las celebraciones litúrgicas en diversos ámbitos eclesiales. En algunos lugares, los abusos litúrgicos se han convertido en una costumbre, lo cual no se puede admitir y debe terminarse». Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instucción Redemptionis Sacramentum, 4.

Fuente: In diebus illis

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