Escribió el Papa Juan Pablo II que «la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». Entre la Verdad revelada y la Verdad demostrable no hay contradicción. Como diría Santo Tomás de Aquino, en la Summa contra los gentiles:
Existiendo, pues, dos clases de verdades divinas, una de las cuales puede alcanzar con su esfuerzo la razón y otra que sobrepasa toda su capacidad, ambas se proponen convenientemente al hombre para ser creídas por inspiración divina
En un mundo tan tecnificado como el nuestro donde la ciencia lo llena todo y el Todo se reduce a ella, resulta curioso que es donde más se apela a los sentimientos y menos a la razón, donde menos verdad hay. La verdad se escribe con minúsculas y ya no es una, sino muchas. Además hemos perdido la posibilidad de criticarla, de saber qué es bueno y lo malo; todas las verdades que se proponen al mundo postmoderno son iguales. Por otro lado, nuestros argumentos han dejado de apelar a la razón para referirse a las vísceras. Es como si el hombre se hubiese cercenado a la cabeza. No se dan referencias puesto que estas no existen; es imposible comparar. Y el hombre queda inerme.
Santo Tomás pensaba que la Verdad era accesible a la razón, pero no se podía abandonar a la razón sola en su empeño. Si esto fuese así, se seguirían tres inconvenientes:
- Muy pocos hombres conocerían a Dios.
- Los que llegan al hallazgo de dicha verdad lo hacen con dificultad y después de mucho tiempo.
- Por la misma debilidad de nuestro entendimiento, la falsedad se mezcla en la investigación racional y por ende, muchos dudarían de verdades que realmente están demostradas.
Se pensó que la fe lastraba la razón, cuando realmente la exaltaba. Una vez abandonada la fe, ¿para qué la razón?. Esta es la desgracia de nuestro tiempo.
En esta bitácora trataré de reflexionar con la fe y la razón, porque ambas «se ayudan mutuamente» (Conc. Vatic. I Dei Filius, IV). Nada quedará fuera del ámbito de la reflexión. Tocaré temas de religión principalmente, pero también políticos. La religión no es algo que se pueda reducir al ámbito privado, como muchos querrían. «Nadie, después de haber encendido una lámpara, la cubre con una vasija ni la pone debajo de la cama, sino que la coloca sobre el candelero para que los que entren vean»(Lc 8,16).
Credo ut intellegam. Intellego ut credam.
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