Y empezamos el 2.014 con el Veni Creator Spiritus:
¡Feliz año nuevo a todos!
Nos parece impropio describir la autoridad de la Iglesia sobre lo temporal como «indirecta». Además esto no es necesario para salvaguardar la distinción entre lo espiritual y lo temporal, que es la de la gracia y la naturaleza, vistas bajo uno de sus aspectos particulares. La gracia no suprime la naturaleza; la revelación no suprime la razón; la Iglesia no suprime el Estado; el Papa no desposee al César: la gracia perfecciona y restaura la naturaleza en todos los órdenes, precisamente porque ella misma no es naturaleza. No quita el esse; confiere el bene esse. Por eso, incluso si el pueblo es el César, el Papa tiene derecho al gobierno directo sobre él, pero no lo gobierna como un César. Para tomar de nuevo la fórmula de Pascal, «esto es de otro orden y superior». No hay otra causa de la visible exasperación de que dan prueba contra la Iglesia los diversos candidatos al imperio del mundo. Los efectos jurídicos y temporales de la jurisdicción de Roma nacen de una causa que, precisamente porque no es ni política ni temporal, les escapa. Sus armas que son las de la fuerza física, pueden devastar la cristiandad y desolar la Iglesia, pero, finalmente, no pueden nada contra la fe. Ya que ella también es de otro orden y superior. Así se comprende, sin introducir una distinción en la que la intención es sana, pero el fundamento dudoso, que lo religioso circule en la totalidad de la política y la rija desde dentro sin mezclarse en ella. «Subjiciens ei principatus et potestates», se lee el Viernes Santo en la Misa de los Presantificados. La Iglesia ruega por esto, y esto mismo es lo que desea. Sin embargo, no se trata de quitar al César lo que es del César, sino de comprender que lo que es del César pertenece primero a Dios.
Es éste un punto que una simple fórmula no basta para definir. Recientemente se decía: El Estado no es un instrumento al servicio de la Iglesia, e inversamente. El pensamiento del autor es probablemente sano, pero la frase deja escapar por todas partes la realidad que intenta expresar. El Estado es un instrumento al servicio de los fines religiosos de la Iglesia; lo admita o no, es él quien está ahí para ella. Inversamente, es absolutamente cierto que la Iglesia no es un instrumento al servicio del Estado; pero no es menos cierto que, puesto que ella misma sirve a un fin superior al del Estado, éste tiene necesidad de la Iglesia, que, aunque no le haga ningún «servicio», le hace mejor. Por esto la jurisdicción religiosa de la Iglesia, aun sin cambiar de manera alguna de naturaleza, tiene incidencias políticas directas. No podría ejercerse en lo temporal sin tenerlas. Por la misma razón no hay que esperar que aquellos que niegan la existencia del orden sobrenatural y religioso acepten que la autoridad de la Iglesia sobre lo temporal no sea esencialmente política. Puesto que todo es político para ellos, la jurisdicción que ejerce el Papa lo es por definición. Por ejemplo, si el Papa prohíbe votar por el comunismo, todo comunista verá una intervención política en una decisión religiosa, cuya incidencia directa sobre la política es manifiesta. Se equivocará de hecho y de derecho: hay un error irremediable mientras subsista la ilusión de la perspectiva, pero que no deja de ser un error. Lo hemos dicho ya; la verdad parece ser que la Iglesia no hace política jamás, pero se ocupa siempre y con derecho. Tiene autoridad religiosa directa sobre la política en razón de las implicaciones morales y religiosas, es decir, según la fórmula tradicional, en tanto en cuanto la política interese, positiva o negativamente, a la fe y a las costumbres.
Y por ello es necesario que creamos, no sólo que se hizo hombre y murió, sino que resucitó de entre los muertos. Y por eso se dice: Al tercer día resucitó de entre los muertos.
Vemos que muchos resucitaron de entre los muertos, como Lázaro, el hijo de la viuda y la hija del archisinagogo. Mas la resurrección de Cristo difiere de la resurrección de éstos en cuatro cosas.
Primero, en cuanto a la causa de la resurrección, pues los otros que resucitaron, no resucitaron por su propia virtud, sino por la de Cristo o por las preces de algún santo. Pero Cristo resucitó por su propia virtud, pues no sólo era hombre, sino también Dios; y al Divinidad del Verbo nunca se separó ni del alma ni del cuerpo. Y por eso, cuando quiso, reasumió el cuerpo al alma y el alma al cuerpo: Tengo poder para exponer mi alma y tengo poder para asumirla de nuevo (Jn 10,18). Y, aunque murió, esto no fue por debilidad o por necesidad, sino por virtud, porque fue voluntariamente. Y esto es claro, pues cuando expiró, clamó con una gran voz, cosa que no pueden hacer otros moribundos, porque mueren por debilidad. Por donde el Centurión dijo: Verdaderamente éste era Hijo de Dios (Mt 27,54). Y así como por su virtud expuso su alma, así por su virtud lo recibió. Y por eso se dice que «resucitó» y no fuese resucitado, como por otro: «Yo me dormí y tuve un sueño profundo y me levanté» (Sal 3,6). Y esto no es contrario a lo que se dice en Hch 2,32: A este Jesús lo resucitó Dios, pues también lo resucitó el Padre y el Hijo, porque el poder Padre y del Hijo es el mismo.
En segundo lugar, difiere en cuanto a la vida a la que resucitó porque Cristo (resucitó) a una vida gloriosa e incorruptible, como dice el Apóstol en Rom 6,4: Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre; mas los otros (resucitaron) a la misma vida que tenían antes, como se ve por Lázaro y los demás.
En tercer lugar difieren en cuanto al fruto y la eficacia, puesto que por la virtud de la resurrección de Cristo resucitan todos: Muchos cuerpos de los santos que habían muerto resucitaron (Mt 27,52); y el Apóstol dice en 1 Cor 15,20: Cristo, primicias de los que duermen (el sueño de la muerte), resucitó de entre los muertos. Mas piensa que Cristo llegó a la gloria por su pasión: ¿Acaso no convino que Cristo padeciera así y de este modo entrase en su gloria? (Lc 24,26). Y atiende a que Cristo vino para enseñarnos cómo podremos llegar a la gloria: Hch 14,21 dice: por muchas tribulaciones conviene que entremos en el Reino de Dios.
En cuarto lugar se diferencia en cuanto al tiempo, puesto que la resurrección de los demás se difiere hasta el fin del mundo, a no ser que a algunos se les conceda por privilegio, como a la Sma. Virgen y, como piadosamente se cree, a S. Juan Evangelista. Pero Cristo resucitó al tercer día. La razón de lo cual es que la resurrección y la muerte y la natividad fueron por nuestra salvación; y por eso quiso resucitar cuando se hubiese cumplido nuestra salvación. Mas si hubiese resucitado inmediatamente, no se habría creído que hubiese muerto. Y así mismo, si hubiese tardado mucho, los discípulos no habrían permanecido en la fe; y así la utilidad de su pasión habría sido nula: ¿Qué utilidad hay en mi sangre, mientras bajo a la corrupción? (Sal 29,10). Y por eso resucitó al tercer día, a fin de que se le creyese muerto y para que los discípulos no perdiesen la fe.
De aquí podemos deducir cuatro cosas para nuestra edificación.
Primero, que nos preocupemos de resurgir espiritualmente de la muerte del alma, en la que incurrimos por el pecado, a la vida de la justicia (o santidad), que se obtiene por la penitencia. El Apóstol (dice) en Ef 5,14: Despierta tú, que duermes, y levántate de los muertos y te iluminará Cristo. Esta es la resurrección primera, (de la que dice en) Ap 20,6: Dichoso el que tiene parte en la resurrección primera.
En segundo lugar, que no diferamos el resurgir hasta (la hora de) la muerte, sino pronto, pues Cristo resucitó al tercer día: No tardes en convertirte al Señor y no lo difieras de un día para otro (Eclo 5,8), puesto que, oprimido por la enfermedad, no puedes pensar en lo que toca a la salvación; y también porque pierdes la participación en todas las obras buenas que se hacen en la Iglesia e incurres en muchos males por perseverar en el pecado. Además el diablo, cuanto más tiempo (te) posea, tanto más difícilmente (te) dejará, como dice S. Beda.
En tercer lugar, para que resurjamos a una vida incorruptible; a saber, para que no muramos de nuevo; esto es: que (vivamos) en tal propósito de modo que no pequemos en adelante: Cristo, resucitando de entre los muertos, ya no muere más: la muerte no le volverá a dominar (Rom 6,9); y más abajo (v. 11 – 13): Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, viviendo para Dios en Cristo Jesús. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que obedezcáis a sus concupiscencias; ni tampoco ofrezcáis vuestros miembros al pecado como armas de la iniquidad; sino ofreceos a Dios como vivos (sacados) de los muertos.
En cuarto lugar, a fin de que resurjamos a la vida nueva y gloriosa; a saber, para que evitemos todas aquellas cosas que antes fueron ocasión y causa de la muerte y del pecado: (Que) como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, también nosotros caminemos en una novedad de vida (Rom 6,4). Esta vida nueva es la vida de la justicia (o santidad), que renueva el alma y conduce a la vida de la gloria. Amén.
Stabat sancta María, caeli Regína, et mundi Dómina, juxta Crucem Dómini nostri Jesu Christi dolorósa. O vos omnes, qui transítis per viam, atténdite, et vidéte, si est dolor sicut color meus.
la nueva evangelización requiere que la fe sea formulada adecuadamente y así conduzca a un nuevo encuentro personal con Dios. Para esa tarea son imprescindibles las Universidades de la Iglesia.
Oremus pro Pontifice nostro Francisco
Esperanza Macarena
milites ergo cum crucifixissent eum acceperunt vestimenta eius et fecerunt quattuor partes unicuique militi partem et tunicam erat autem tunica inconsutilis desuper contexta per totum dixerunt ergo ad invicem non scindamus eam sed sortiamur de illa cuius sit ut scriptura impleatur dicens partiti sunt vestimenta mea sibi et in vestem meam miserunt sortem et milites quidem haec fecerunt
Cor Iesu sacratissimum, miserere nobis!
Cristo de la Buena Muerte